Crónicas de Tanzania, segundo día de Safari

Nuestro segundo día de safari comenzó siendo aún de noche. A las 5am sonó el despertador y llamamos por handy para que nos vengan a buscar porque de noche no se puede salir solo de la carpa. Sí, los bichitos están “ahí no más”. No, no hay ninguna reja o cerco que nos separe.

Nos vinieron a buscar a la carpa, nos prepararon un café y unas galletitas, y en la oscuridad total se empezaron a ver a lo lejos las lucecitas de la camioneta que nos venía a buscar para llevarnos a nuestra próxima aventura: el viaje en globo.

Ansiedad, adrenalina y un poquito de miedo con esto de estar en medio de la savana en plena oscuridad.

Cuando llegamos al punto de encuentro, ya estaba saliendo el sol en el horizonte. Algunos trabajaban inflando el globo, nosotros sacábamos fotos y el piloto nos contaba cómo iba a ser el paseo.

Aunque el viaje en globo pueda sonar romántico, el despegue y el aterrizaje no lo son. La canasta -que lleva hasta 16 pasajeros más el piloto- está acostada y nos subimos cual astronautas, cuando el globo aún no estaba inflado.

Quedamos acostados, panza arriba, en la canasta, a la espera del despegue.

Y eso fue fantástico: FLOTAR. De golpe, estás flotando en silencio, sólo se escucha el viento, y los ojos buscan bichitos que se asomen junto con el sol. No es la adrenalina del avión, la fuerza del motor, la presión del despegue… Es hasta natural. El viento, el aire y el calor llevándonos a pasear. No es volar, es FLOTAR.

Ver el Serengeti desde arriba, flotando suavemente, descubrir jirafas entre los árboles, cebras, ver a los ñus despertando, las cheetahs -los mismos hermanos del día anterior- comiendo, es una experiencia imperdible. El sol que nos acompañó elevándose mientras nos elevamos.

Una hora y media disfrutando la naturaleza desde el aire, pero allí, bajito, ahí no más, casi que sentis que los podes tocar.

Y un aterrizaje un poco polémico. La canasta hace una suerte de sapito sobre el suelo y, finalmente, se acuesta, para dejarnos en posición de astronauta otra vez.

Una vez en tierra, el piloto nos contó la historia de los vuelos en globo y compartió con nosotros la plegaria de quienes vuelan en globo:

The winds have welcomed us with softness

the sun has blessed us with its warm hands

we have flown so high and so well

that nature has joined us in laughter

and set us gently back again

into the loving arms of Mother Earth

Esas seis líneas son la mejor descripción de un vuelo en globo. La experiencia fue magnífica pero el día recién empezaba.

En tierra nos esperaban las camionetas para llevarnos a desayunar. En el medio de la savana, una mesa prolijamente preparada y un baño no tanto (eran solo tres lonas en forma de U, “a loo with a view”) esperándonos con café, jugos, tostadas, frutas y medialunas, compartir nuestra experiencia y disfrutar de la mañana.

Panza llena, corazón contento y Nathan -nuestro guía- esperándonos para ir a Seronera.

Seronera es una zona dentro del Parque Nacional Serengeti y, fundamentalmente, es la “casa” de los leopardos. Y allá fuimos, a buscar a los leopardos porque, al menos, el intento lo íbamos a hacer. Eran casi 2 horas de viaje en camioneta.

En el camino vimos hienas (qué feas que son, pobrecitas), pumbas (jabalíes) más leones, más pájaros y casi llegando a la zona de picnic, estaba ella… La mamá leopardo con sus dos cachorritos, cómodamente durmiendo en la copa de un árbol. En la otra “habitación” del árbol, la presa atrapada poco antes que ya había empezado a ser comida y estaba resguardada de otros predadores.

Siguiendo el camino nos encontramos con una leona descansando al borde del camino. Nos miramos, literalmente, a los ojos, a menos de 2 metros de distancia. Sí, así de cerca. Sí, así abrí yo también los ojos en ese momento.

Llegamos a la zona de pic nic. Un paisaje bastante diferente del de la típica savana. En síntesis, era el fondo de pantalla de Windows: el pasto verde, el cielo celeste, nubes bien blancas, algún arbolito perdido… Almorzamos, fuimos a un baño de verdad y seguimos camino.

Volvimos a ver a los leopardos -que como buenos gatos seguían durmiendo en el mismo lugar-. Mientras sacábamos fotos, mamá se despertó y posó majestuosamente para todas las cámaras que la esperaban. De allí, a ver a los hipopótamos en su charquito de agua. El olor a zoológico se siente a un kilómetro… Huelen así, no es mugre del zoológico.

Retornando ya al campamento nos encontramos con algunas jirafas que decidieron que teníamos que esperar a que terminaran de comer para poder continuar el viaje. Luego, una manada de elefantes, mamá con sus largos cuernos, los más chiquitos escondiéndose entre las patas de los más grandes.

Cuando ya casi dábamos por finalizada una jornada increíble apareció él: el Rey León, Simba, que no es ni más ni menos que león en swahili. El señor de la savana mostrando su imponente melena y sacudiéndose para demostrar la magnificencia de la Naturaleza. Estaba con su novia también, una hermosa leona joven que lo mimoseaba bastante. Breathtaking.

Y al final, casi llegando “a casa” apareció una leona descansando y disfrutando del atardecer. Cuando se levantó nos dimos cuenta de que estaba preñadísima, casi a punto de explotar. Seguramente, mientras escribo esto en la gran ciudad, está escondida en algún arbusto, resguardando a sus cachorros de un mes de edad de posibles predadores.

Llegamos al campamento, ducha de agua caliente, bondfire, picadita con vino sudafricano, cena riquísima y a dormir, agotados y felices después de otro día de experiencias magníficas e incomparables.

Otra jornada inolvidable en los brazos de la Madre Naturaleza. Entre los ruiditos de animales que se escuchan a lo lejos, la oscuridad de la noche, la luz de las estrellas, en la gran savana, otro día termina…


 

Por @solesantos2

Un comentario

  1. Solo me sale esto: Requeteguau Sole! Me encantó el relato, me transportó a la savana! Gracias por compartir tu increíble experiencia! Además de #TeamBuceo ahora #TeamRelatosdeSole!!

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