Tanzania, para sorpresa de muchos, tiene muchos parecidos con otros lugares que ya conocemos. Ya hemos probado algunas de sus comidas en Brasil, tal vez podamos comparar el color del mar con aquel de Tulum, Stone Town puede recordarnos a Doha… Pero el safari… El safari es una experiencia incomparable.
Safari, en swahili, significa viaje. Y no hay palabra más adecuada. No es una excursión, ni un paseo, ni un tour. Es un VIAJE, como el de las drogas alucinógenas, dice la RAE. Un viaje a una dimensión que no conocemos, que no pudimos haber experimentado en otro lugar que no sea África.
Nuestra estadía fue de tres días y dos noches. Salimos desde Arusha alrededor de las 7am y llegamos al “airstrip” de Ndutu cerca de las 9am, previa parada en Lake Manyara y de ver el Kilimanjaro y el Ngorongoro Crater desde el avión. Y las comillas no son casuales. Es una “banda limpia”, no es un aeropuerto. Tan sólo un pedazo de tierra sin árboles, con un poco de grava, aunque no está garantizada la ausencia de hienas o de ñus, ya que no hay un cerco, ni reja ni nada que divida la naturaleza del “aeropuerto”.
Allí estaba Nathan, nuestro guía durante los tres días, esperándonos con su camioneta impecable (cómo hace para tenerla tan limpia con la tierra que hay?), nuestros mantos masai de un rojo intenso, la heladerita llena de bebidas frescas y unas galletitas caseras para darnos la bienvenida.
Nathan nos propuso hacer un breve game drive antes de ir al campamento y allá fuimos, listos para encontrarnos con la naturaleza, con la esperanza de ver algún bicho grande, aunque sea a lo lejos.
Se me siguen poniendo los pelos de punta de tan sólo pensar que a los 5’ minutos de dejar el “aeropuerto” nos empezamos a encontrar con unos pajaritos azul brillante (superb sterling) y sólo minutos después… los elefantes.
Mamá elefante con toda su familia, incluso un bebé de unos 3 o 4 meses paseando por la savana y el chiquito jugando con las ramitas enroscandolas con su trompa (todavía no interpretó que mamá las come, pero la imita igual).
Pocos kilómetros y minutos después nos encontramos con una manada de leones descansando a la pequeña sombra de un pequeño arbusto.
Unos 7 u 8 leones durmiendo plácidamente. Detuvimos la camioneta para sacar algunas fotos y una leona se levantó y se dirigió lentamente hacia nuestra camioneta. Parálisis total. Nathan nos indicaba que no nos moviéramos y que no habláramos fuerte. Más parálisis. La leona se acomodó a la sombra de la camioneta (no, no nos quería comer, quería sombra) y se durmió. Después de no respirar durante algunos minutos y varias fotos después, decidimos contiuar el viaje. Se asustó cuando pusimos la camioneta en marcha y se fue en busca de sombra de otra camioneta. Sí, así de cerca se ven estos grandes gatitos.
Durante el viaje, nos cruzamos con cientos de cebras y ñus siguiendo el camino del agua y buscando comida para pasar el verano.
De allí al campamento, con mi ansiedad por encontrarme con el lugar donde iba a dormir las siguientes dos noches y, fundamental, el baño! Tenía terror de que se pareciera al campamento de la primaria, ese donde pasabas frío y tenías que caminar como 500 metros para llegar al baño que, con suerte, tenía agua, ni que pensar en agua caliente. Nada más alejado a mi recuerdo. Nos alojamos en Olakira, un campamento móvil, que sigue a la migración. En el verano está en el Serengeti South, ya que por allí pasa la migración de ñus y cebras, que van juntitos y mezclados como si fueran todo lo mismo. Si bien las habitaciones son carpas, son enormes! Tienen sommier, un cuarto contiguo con el baño y agua caliente a demanda (les pedís “majimoto” -agua caliente- y te llenan una especie de mini pelopincho que cuelga de la carpa para la ducha caliente). En la carpa hay incluso un escritorio, dos sillones, una mesita… Es una habitación pero con paredes de lona. Super cómoda. No hay calefacción ni refrigeración. La ventilación es natural a través de los mosquiteros y a la noche calientan la cama con bolsas de agua caliente porque, sí, se pone fresco a la noche.
Almorzamos en la carpa-comedor, Nathan nos propuso descansar un rato en la carpa-lobby y alrededor de las 3 de la tarde salimos a hacer nuestro segundo game drive del día.
Por la tarde, nos encontramos con jirafas comiendo plácidamente en el medio del camino, a las que esperamos que terminaran para poder avanzar, no sin antes sacar mil fotos.
Nathan nos contó que había una leona que había tenido cría y nos propuso ir a buscarla. Allá fuimos. Y la encontramos. Ahí estaba junto con su hermana y una presa en un refugio de arbustos, donde los cachorros estaban protegidos. Apenas si se podían ver, tenían 3 o 4 días de vida y aún no habían abierto los ojos. Pero ya se los podía escuchar maullando y llamando a su madre.
Dejamos a la reciente madre en paz y seguimos andando. En el camino nos encontramos con dos hermanos cheetah, indecisos entre cazar o dormir. Finalmente, buscaron un matorral donde se enroscaron (como hacen los gatos) y se dispusieron a dormir.
Ya estaba cayendo el sol y en el parque no está permitido quedarse luego de las 18.30hs, por lo que Nathan nos sugirió que volviéramos al campamento.
Cuando llegamos nos encontramos con un bondfire, un fogón con muchas sillitas alrededor para que todos los huéspedes compartiéramos nuestras experiencias del día, una barra donde preparaban bebidas frías y calientes, con o sin alcohol, y una suerte de parrillita donde preparaban “algo para picar”. No pude evitar experimentar los vinos sudafricanos que, modestia aparte, no le hacen sombra a los nuestros.
Al ratito nos llamaron a comer y compartimos la cena y nuestras anécdotas del día con los demás huéspedes y los guías.
Finalmente, a dormir, entre ruiditos de insectos, algún sonido desconocido a lo lejos y el despertador preparado para las 5am porque nos esperaba otro gran día de aventura.
2 respuestas
Q groso día!! Debe ser increíble eso del campamento andante.
Q buena onda.
Aguardo el resto del relato
En una semana lo arman y en una semana lo desarman. Tremendo. Todo sorprende. Fue un día inolvidable!!!