Autor: @AllySotton

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Nos sobran motivos para amar a Roma

“¡Oh Roma! ¡Mi país! ¡Ciudad del alma!” (Lord Byron, 1788-1824)   Por allá por el 2012, recibí este artículo en mi correo electrónico: http://www.lanacion.com.ar/1478096-veinte-motivos-para-amar- En el mismo, la gente del diario La Nación sugería 20 motivos para amar a Roma. Y con mi amiga Piluchita (aka @Pili0909) rápidamente concluimos que la intención era buena pero que se habían quedado cortos. Bien intencionada Ginevra Visconti, la autora. Pero se quedó re-corta. Que digo corta, cortísima. Si en el 2012 pensé eso, imagínense ahora, con dos viajes más en mi mochila a la Ciudad Eterna. ¿20 motivos? TODOS los motivos. Nos sobran motivos, como dijo Sabina. Así que aquí reformulo una viejísima entrada de mi blog There and Back Again, para ir agregar más motivos para amar a Roma. Como buena #Romaholic – no que #Florencia no me guste … 😛 Dejo los 20 que sugiere el artículo. Y empiezo a sumar con el motivo de mi amiga Pili (#21), y lo dejo abierto para que el que quiera, agregue y agregue. Y si bien el uso de números romanos en la enumeración de Ginevra era apropiado, como yo creo que nuestra lista será ENORME, me paso a los otros, que no me acuerdo cómo se llaman.   Nos sobran motivos para amar a Roma: 1-20. Los de Ginevra Visconti, que no están nada mal! El heladito gusto baccio, saboreado al lado de la Fontana di Trevi. La tierrita histórica-contemporánea que se pega a tus pies en el Foro. Los increíbles puestos de frutas y verduras. La foto del muchacho sentado en la Fontana di Trevi (cualquiera de ellos – yo encontré al mío). Los colores de los laureles en flor en la ruta desde el aeropuerto al centro de la ciudad. El Cristo Redentor de Michelangelo en Santa María sopra Minerva, con ese taparrabos dorado. Los diminutos ascensores en los que luchás para acomodar valija, bolso de mano, y el propio cuerpo. La belleza … de los carabinieri. La novia de turno y su séquito, siempre presentes. Esos árboles cuyo nombre aparentemente no sabré jamás. La omnipresencia de Bernini y sus obras maravillosas. Las capillitas ubicadas cerca de San Juan de Letrán (Capella dei Sante Vergini e Capella dei Santi Martiri) El Trastevere. Todo. Enterito. Especialmente al caer la noche. La Via Bonghi. Ese bloque de piedra con forma de pie gigante que encontré por ahí Los mini-colectivos que circulan en la Villa Borghese El señor de los pantalones amarillos rabiosos – ese, que siempre aparece. Las inscripciones perdidas por ahí, en las piedras del Coliseo. Las terrazas floridas. La pizza de Pizza en Trevi. Los carteles publicitarios con sus correspondientes bicicletas. El conmovedor arte de las Galerías Borghese. El sabor refrescante de la Birra Peroni. Las iglesias – seas o no religios@. El atardecer en el Quirinale. Ese cartel sobre Romulo y un jardín, perdido en el Trastevere. Las Vespas. El rinconcito en el que se ubica el restaurante Arcano, per mangiare e sognare. La Scala dell’ Arce Capitolina. Esas imágenes religiosas que aparecen en las esquinas. Las marcas de los dedos de Plutón en el cuerpo de Proserpina. El bullicio de la Piazza della Rotonda a la noche. La diversión garantizada en la Villa Borghese: patines, bicicletas, triciclos … El azul del cielo y los rayos de luz que se filtran a través del óculo del Panteón. Las trattorias y sus coloridos manteles de papel. El griterío de los romanos, tan griterío de los argentinos. La Termini, que es horrible, pero es la Termini. Los sabrosísimos y TAN escasos ravioli de L’Antica Birreria Peroni, en la Via Marcello. El señor que castañas tostadas en la piazza de la Fontana di Trevi. Y la dejo ahí porque me faltan varias visitas para seguir buscando mis propios motivos. #quantoseibellaroma   Por @AllySotton

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Fray Bentos & Natalio Ruiz

La entrada de hoy trae una anécdota. Y una anécdota muy especial, por varios motivos. Primero, porque se remonta a mi primer viaje con mis amigas @Pili0909 y @MariaMarthaAC1. Segundo porque me lleva otra vez hacia el Uruguay, bello país. Y tercero, porque es una anécdota fantasmagórica. Sí, leyeron bien. No se asusten, prendan todas las luces de la casa y lean lo que aquí les narro. Corría el año 2004. Yo todavía daba clases particulares y un día, una de mis alumnas más fieles (¡y más queridas!) me dice: “Alejandra, con mi prima estamos pensando ir de viaje a Uruguay, ahora en julio. ¿No querés venir?”. Imagínense mi respuesta. Mi voto sí fue positivo. Y así, no sólo llegué al hermoso paisito de aquí al lado, sino que me gané dos amigas fraternas. ¿Y el miedo? ¿Y el terror? Ya viene, ya viene. Recién estoy en la introducción, che. Se nota que Uds no enseñan lengua. Salteo algunos detalles dado que a la fecha estoy 12 años más vieja y más desmemoriada. Pero, básicamente, salimos por tierras entrerrianas un día, muy temprano de mañana, y en el viejo y querido Palio bordó de @Pili0909. Entre mate y mate, como corresponde a verdaderas entrerrianas, recorrimos los 288 km que hay de Paraná a Gualeguaychú (o algo así), y de allí otros tantos 400 km hasta llegar al Puente Libertador San Martín que cruza el bello Río Uruguay. Todo bien, ¿no? No están pasando muchos nervios, ni subieron sus pies a la silla. Todavía. Luego de cruzar los 5365m del Puente – este que está acá, miren:   Luego de eso, digo, llegamos al puesto fronterizo. Y es aquí donde este relato se torna escalofriante – casi-casi al mejor estilo Stephen King, les prometo. El miedo fue in crescendo, en realidad. Todo se inició cuando mi querida, nunca bien ponderada amiga @Pili0909, conductora de ocasión, descubrió que no había caído en la cuenta de que iba a necesitar (y la cito textualmente): “un mísero papel verde que era la extensión del seguro a los países que integran el Mercosur”. Y si bien no era ”taaaannnn importante”, el mismo había quedado en su casita, cientos de kilómetros detrás. ¡Ah! ¡Qué espanto, mis queridos lectores! El señor gendarme, con una monstruosa puntillosidad, nos indicó que de ahí no pasábamos. Y eso que Botnia todavía no estaba. @Pili0909, sin embargo, movió uno que otro hilo, y logró que la gente del seguro del auto le faxeara (¡bendita tecnología!) los papeles y todo arreglado. El gendarme levantó la barrera. ¿Y la paura? Bueno, se viene el nudo de la historia, se viene. Los minutos se hicieron horas. Aún recuerdo el bello atardecer mirando lejos, ahí nomás, en el puesto aduanero. El cielo se tornó de un gris cada vez más oscuro. Caía la tarde. Invernal, por cierto. Y de pronto, penumbras. La noche … se perdió en tu pelo, la luna … se aferró a tu piel y el maaaaarrr se sintió celooosoooo … eeeh, perdón, perdí el hilo. ¡Ejem! Retomo el estremecedor relato. Lo de salir muy temprano a la mañana, ese día de julio, tenía un muy bien definido propósito. A saber: nuestro interés por llegar a Colonia del Sacramento también temprano. Pues la historieta en la aduana nos súper atrasó. Una vez de vuelta en la ruta, la noche se hizo presente. Y el drama también: NOS PERDIMOS. Cuentan por ahí que la ruta principal estaba siendo repavimentada, reseñalizada, o algo así. Y tuvimos que tomar por un camino alternativo, es decir, “nos desviaron a otra ruta horrible, impropia de Uruguay, sin señalización alguna”, al decir de mis compañeras de viaje. Así, en vez de seguir derecho, como indica el manual, tuvimos que doblar y a la derecha. Sobrecogedor error. Uno siempre debe virar a la izquierda. Sabíamos que algo iba mal, pero íbamos. Y, de repente, ahí, al costado, en la solitaria ruta, lo vimos. (Suban las patas, les digo). A la derecha, del lado de las acompañantes, apareció Él. No, mejor lo digo de otro modo, para no crear suspicacias ni generar malinterpretaciones. De la nada, nos encontramos ante la presencia de una especie de Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris. Sólo que éste era todo gris. Entero. Todo él: su vestimenta, su sombrero, y su piel. Paradito, quietito, al costado del camino, como una estatua de Carlos Gardel, esperando quién sabe qué cosa … Ante la espeluznante visión, las tres viajeras nos miramos las unas a las otras, y, al unísono, exclamamos: ¡¿Y eso qué fue?! Pero al girar nuestras cabezas y volver la vista, Natalio ya no estaba. Conmovidas por la aparición, aceleramos, en la búsqueda de ayuda para poder retomar nuestro camino hacia Colonia. Al volver, necesariamente pasamos por el lugar donde habíamos visto al hombrecito gris. Pero no había nada. De nada. Sólo la noche fría de julio.   [video_embed video=»uDVatuIgCrc» parameters=»» mp4=»» ogv=»» placeholder=»» html5_parameters=»» width=»700″ height=»400″]   Por @AllySotton    

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