Autor: @nicopees

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El verdadero primer amor

Sinceramente, me pongo a pensar y no sé qué más queda por decir acerca de París. Llego al punto de preguntarme si es mejor haber estado allá, o todavía soñar con visitarla. No, no me volví loco. El que aún no fue, ve las imágenes desde acá y se enamora, pero de algo que aún no conoció; sin embargo, una vez que vas ya no existe vuelta atrás: todo lo que querés hacer es volver. Estando allá quizás no te das tanta cuenta. Sí, estás maravillado por lo que ves, por el simple hecho de estar allá, pero estás atrapado como por un conjuro que solo va rompiéndose con el tiempo, y que et hace extrañarla cada vez más. Al caminar por París, te sentís parisino. Te sentís el dueño de la ciudad, y por poco no te sale arrastrar la erre y hablar con la garganta. Miras tantas veces los mapas que sentís que conoces cada esquina, pero esto es simplemente porque cada esquina tiene algo nuevo por conocer. Estuve tres días, y no me alcanzaron ni para verle los pies a la ciudad. Sí, visité lo más importante, la caminé y la sentí. Pero al estar tan poco tiempo (durante el cual estuve con bastante dolor de garganta debido al invierno) no logré asentarme, tirarme en el pasto y pensar por un minuto “acá estoy, y nadie me va a sacar de acá”. Los Champs Elysées coronados por el majestuoso arco del triunfo desde el cual se ve una estrella simétrica adornada por ocho avenidas, los caminos y sus árboles, las veredas anchas y los cafés. El clásico metro, sus túneles y secretos, sus mil caminos, que en algún lugar conectan con los 33 kilómetros de catacumbas escondidas que existen debajo de la ciudad. La torre Eiffel, el anochecer de la ciudad sobre ella, y todo lo que ella en sí es; Les Invalids y el mausoleo de napoleón, Las calles empedradas con el reflejo de una leve llovizna, los imponentes museos a los cuales lamentablemente no pude entrar. La magnífica e histórica Catedral de Notre Dame en un punto, mientras que en el lugar más alto de la ciudad, otra catedral radicalmente distinta como la de Sacre Coeur corona la ciudad. Y el Senna que la recorre ondulante y misterioso. La famosa Ópera Garnier, con sus historias, leyendas, halls de oro y su música. No estoy haciendo más que recordar algunas de las cosas más importantes de París, pero no llegué a verla ni en su mitad, y además, nada sirve sin sentimiento. Y el sentimiento de volver es más grande que otra cosa, por lo que lo único que les queda a los que no fueron, es ir. Y a los que ya fuimos, la constante y avasallante esperanza y añoranza de volver.     Por @nicopees

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Barcelona. Contrastes de una ciudad increíble

Llegando en colectivo desde Madrid, llegamos a Barcelona por primera vez y nos sorprendimos por la diversidad y los contraste de una ciudad increíble que nos enamoró El viaje en colectivo desde Madrid a Barcelona se va adornando poco a poco con un relieve cada vez más marcado, mas seco, pero que no pierde su esplendor. La zona tiene un gran parecido a la transición entre Santiago del Estero y Córdoba, volviendo del norte de nuestro país. A lo largo del recorrido pueden verse caminos que se abren llevando tanto a pueblos pequeños como a ciudades grandes. Ya más cerca de la ciudad destino, comienzan a aparecer edificaciones y empieza a notarse que nos encontramos en el exterior de una urbe de gran tamaño, pero lo más importante, es que ya se presiente la magia. Entramos en una ruta mucho más urbanizada, y vamos ingresando mientras subimos, a la espléndida Barcelona. Nuestra llegada fue por Montjuic, por lo que luego de pasar por el estadio olímpico utilizado en los Juegos del 92’, el Ómnibus ingresó en un camino estrecho que comenzó su bajada, finalmente dejando al descubierto detrás de los árboles la vista de una ciudad maravillosa. Desde un mirador puede vislumbrarse cada rincón como en una postal, y aunque parece inmensa, al caminarla nos dimos cuenta de que no es tan grande como parece. Llegar finalmente al hotel en las ramblas pasando por la estatua de Colón y bordeando el Mediterráneo se siente como un sueño. Bajamos del transporte al lado de la costa, y caminamos rambla arriba tres cuadras hasta el hotel. Las flores de los puestos con techos de árboles, y la gente saliendo a caminar en el atardecer de la ciudad, con frió por el fin de febrero, pero buscando conocer cada rincón de la ciudad. Me tomé mi primer subte europeo la primera noche, y con un gran grupo nos dirigimos directo al shopping de Plaza de Toros. Un lugar increíble, por su fachada y por la forma de su interior, con una vista en su último piso desde donde, devuelta, puede verse toda la ciudad que, con los focos prendidos y a la luz de la luna, parece ser un cielo estrellado en la tierra. Se ve, adorado por dos grandes torres, el camino que lleva al magnífico palacio de la ciudad. Caminar por el barrio gótico de día, a su vez, también tiene su atractivo. Puede apreciarse la perfección de la vieja arquitectura, de la catedral y sus cuadras cercanas, donde abundan los claustros y jardines internos, y donde cada rincón te transporta directamente a la época medieval. Los mercados (La Boquería, el más famoso) ofrecen una de las artes de la ciudad: la culinaria. Manjares simples y complejos, comida infinita de la mejor calidad y un lugar que ya, de por sí, es artístico, y que adornado con la variedad de alimentos tiene un toque especial. Es muy recomendable recorrer la ciudad caminando, pero las bicicletas son una gran opción si se quiere llegar más lejos sin ir por debajo de la tierra. Así, se puede llegar con más facilidad al Parc Guell, tan enigmático como moderno, ideado por el gran Gaudí. Al nombrarlo al artista, no podemos dejar pasar la Casa Batlló, y mucho menos y jamás, podemos olvidar la Sagrada Familia. Por dentro parece un bosque, por fuera rompe con la estética de la ciudad de una forma chocante pero increíble, y es imposible no maravillarse ante su tamaño. Cada detalle está pensado. Las plazas abiertas, las avenidas y algunas calles amplias y otras muy angostas, y sobre todo la playa me hicieron acordar por momentos a Mar del Plata, comparándolo quizás con el parecido de Madrid con Buenos Aires. De repente, nos encontramos con un Arco del Triunfo no tan grande, pero que coronaba una avenida de la forma más artística, y que calle abajo llegaba a una fuente inmensa y al zoológico de la ciudad. La Barceloneta, bordeando la playa, es un barrio muy particular. Al caminar por él, hay un sentimiento de que los edificios están hechos casi sobre la arena, y de que en cualquier momento va a aparecer el mar delante, todo adornado con banderas de todo tipo, entre las que prevalecen la de Catalunya y la de Barcelona, obviamente. Un puerto moderno, con un hotel más moderno aún y una rambla que se asoma como escollera entre la arena y los barcos ofrecen una perspectiva diferente de lo que se puede ver en otros lugares de la ciudad. Porque es una ciudad en la que hay mil perspectivas distintas, sino, súbanse al teleférico para comprobarlo. Cómo olvidar también, el Camp Nou, y más de noche. Gigantesco, distinto en esencia y gente a lo que son los escenarios futbolísticos en Argentina, pero con el mismo fin y con los mejores del mundo en cancha. Sea el partido que sea, hay que visitarlo obligatóriamente. Siguiendo con la actividad nocturna, nos encontramos con gente y situaciones de todo tipo, porque así es Barcelona: un rejunte único entre lo viejo y lo nuevo, lo particular y lo normal, lo extraño y lo simple, lo extranjero y lo local. Hay arte en cada rincón, mucha pintura y escultura, mucha música callejera y también profesional. Y mucho para descubrir, porque seguramente me han faltado muchas cosas por nombrar. Estuve solo tres días, pero me sentí como en casa, y tengo ganas de volver para descubrir los tantos rincones que aún no conocí.   Por @nicopees  

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