Jordania tiene nombre de mujer
Cuando naciste en un pueblo, tus amigas de la infancia lo son para toda la vida, es norma. Cuando más del 50% de los habitantes son judíos, tus amigas se van a vivir a Israel. Hasta que un día, las que quedamos desparramadas por Argentina nos juntamos y decimos: “¿Y si vamos a visitar a Clarita?”. Y ahí nomás comprás los pasajes y después (cuando te viene el resumen de la tarjeta, por ejemplo) le avisás a tu marido. Superadas todas las etapas pre-partida, que van desde el asombro, pasan por la indignación, el enojo y llegando casi al infarto de tu conyuge, estás allá y teniendo a Petra tan cerca, mirá si te la vas a perder. “¡Hasta Jordania no paramos!” y te encargan la organización. ¿Tour? Ni loca, si es acá nomás, casi como ir a Mar del Plata… Los nombres de algunas ciudades suenan a lo que son. Por ejemplo, Puerto Madryn necesariamente tiene que estar sobre el mar. A otros hay que ponerles voluntad. Por eso cuando leí Wadi Musa imaginé un lugar de ninfas saltando en oasis sobre el desierto, me vi bailando entre velos con 20 kilos menos y reservé el primer hotel que encontré con servicio de taxis desde la frontera. Llegamos a Eilat a las 4 de la mañana. El paso abre a las 6:30 am. Después de 2 horas y media y sin dormir, nos permitieron entrar a la aduana. En Israel los trámites migratorios son rigurosos, pero con una organización casi perfecta, en 10 minutos los habíamos terminado. 200 metros más adelante están las oficinas fronterizas jordanas. No había nadie. Nadie es nadie. Lo más cercano a un ser humano era la foto de un señor con cara de sádico que nos miraba desde una pared. Empezamos a golpear puertas, a llamar (en español), a desesperarnos, bah. Media hora después y sin saber desde donde, apareció un hombre vestido de militar que nos miró con sorpresa y empezó a gritarnos en algo que supongo era idioma jordano. Más nos gritaba, menos entendíamos. Con mi absolutamente nulo conocimiento de inglés le pedía aterrorizada: “plis, spic in inglish”. No se cuanto tiempo pasó hasta que una mujer vestida con burka bajó de un auto y nos hizo señas para que la siguiéramos. Tampoco hablaba inglés, mucho menos castellano. Le entegamos los pasaportes y nos dio un papelito que imaginamos era una visa. Documentos en mano, el militar gritón nos dejó pasar y salimos… a la nada misma. Todo a nuestro alrededor eran montañas desérticas. Rato después empezaron a llegar autos con gente que se nos abalanzaba al grito de “¡¡Taxi!!”. Supuestamente uno de ellos era el que habíamos reservado, pero ¿cuál?. Insistentes como pocos, los supuestos taxistas nos hablaban en su lengua, hasta que uno me pasó un celular y del otro lado de la línea, una voz me gritaba (en Jordania todos gritan) algo. Creì entender “hotel” y les dije a mis amigas: “dijo hotel, debe ser este”. Recuerdo pocos viajes más aterradores. El chofer iba a 140 kms. por hora, fumando y hablando con el movil por caminos de cornisa, en un auto modelo 1975. Wadi Musa está lejos de ser un oasis paradisíaco. Es un pueblo con casas semiderruidas, de veredas altas y casi sin vegetación. Entramos espantadas al hotel, para enterarnos que nuestra reserva ¡no existía!. No importaba cuanto le mostrara el número y la confirmación, no nos daban habitación. El conserje reticente llamó a otro, que llamó a otro y a otro hasta que este (traductor del celular de por medio) chequeó nuevamente y milagrosamente la encontró. Y también nos informó que el taxi que nos habían enviado estaba en la frontera esperándonos. Cuando estás de vacaciones, las tragedias se convierten en humor y decidimos arreglar el asunto del transporte más adelante (el agotamiento para tratar de entenderles nos ganaba). Petra es un parque enclavado en la montaña que se encuentra dentro del pueblo, lo recorrimos en pleno junio a la 1 pm. Con 50° a la sombra (que no hay), bajando y subiendo escalones y piedras. Valió la pena aunque la entrada cueste màs que ir hasta Londres para ver un recital de los Who. A la noche, muertas de cansancio, salimos para cenar. ¡Una cerveza helada! pedíamos. Pero en un país musulmán, el alcohol está prohibido hasta para los turistas. Eran las 8:30 pm y el pueblo estaba desierto. Cada tanto cruzaba algún beduino, mujeres ninguna. El espíritu valiente y aventurero nos abandonó y volvimos al hotel . El día siguiente sería mejor… A las 9:00 am venía el taxi para llevarnos nuevamente a la frontera (unos 130 kms.). Otra vez un auto destartalado y pequeño, nuestras mochilas apenas cabían en el baúl. El jordano daba vueltas por el pueblo y hablaba por celular, algo raro pasaba. Después de media hora, llegamos a una casa (siempre en Wadi Musa), el chofer bajó y nos dejó encerradas sin decir palabra. Un rato más tarde lo vemos cargando un andador de bebé, que pretendía que llevaramos sobre nuestras faldas. La situación era tan bizarra que no podíamos parar de reírnos, entraba el andador y salía una, no quedaba otra alternativa. Peleamos (él en jordano, nosotras en español), hasta que lo acomodó en el techo. Visualicen: un auto viejo con un andador atado arriba y 4 argentinas con cara de “esto no puede ser cierto” adentro. ¡Por fin volvíamos a un país civilizado!. Cuando la ruta de regreso estaba a nuestro alcance, el taxista paró el auto, llamó por celular a alguien y me pasó el teléfono. Los jordanos tienen obsesión por hacerte hablar con desconocidos. En algo que parecía ser inglés, uno me gritaba (o al menos eso entendí) que debía pagar por el viaje que no habíamos tomado cuando llegamos. Lo único que me salía era decir “IU AR E LIAR!!!”. Nuestro conductor seguía sin moverse. No se desde donde, otro coche nos cruzó, bajó un àrabe con una ametralladora y me apuntó diciendo