Viaje hacia uno mismo

Cuándo empieza realmente un viaje? En el momento que nos subimos al avión, barco, tren, auto, o medio de transporte que fuere que nos transporta hacia otro lugar? O es en el momento mismo que comenzamos a pergeñarlo?
Para mí, comienza en el momento que decido los lugares que voy a visitar y empieza a estudiar las distintas opciones, alojamiento, lugares importantes, los mapas del lugar, blogs. Es un trabajo de investigación que me ayuda a “meterme” de lleno en lo que voy a ver. Sé que hay gente que le gusta ir sin ningún tipo de información, “a lo que pinte”. No puedo, evidentemente mi personalidad “controladora” no me lo permite. Necesito saber de antemano, al menos de que va el mapa de la ciudad.

 
El esbozo de este viaje comenzó cuando en abril pasado mi hijo que vive en Nueva Zelanda vino de visita a casa. Hablamos de la posibilidad más certera de ir a visitarlo y se concretó unas semanas después con la compra del pasaje. Hasta ahí, nada delineado. Ida y vuelta a Auckland, algo más de un mes de estadía fuera. Acordamos visitar la Isla Sur en los días inmediatos a mi llegada aprovechando que él aún estaba de vacaciones.

 

El resto casi se lo dejé a su criterio. Sabía que quería conocer Tailandia, era un sueño añejo, pero de pasada iba a ser interesante pasar por Sydney, y porque no, por Singapur. Empecé a estudiar y leer todo lo que podía a fin de optimizar los recorridos. Salvo en Singapur donde fui a un hotel «de lujo», los demás alojamientos los resolví en habitaciones en casas particulares o bed and breakfast. Me interesa mucho ese contacto que se da con la gente local, las recomendaciones o sugerencias que hacen. Partí con todo bastante organizado, los recorridos, las estadías  y los vuelos.

 


Ya el hecho de viajar “al otro lado del mundo” resultaba movilizador, al menos para mí lo era. Conocer el lugar donde había elegido vivir mi hijo, sus amigos, su ambiente, su casa.
Compartimos una semana de “road trip” por paisajes increíbles. Montañas nevadas; distintos lagos, cada uno con una tonalidad de azul distinta al anterior; caminos solitarios rodeados por una vegetación increíble, tan frondosa que por momentos “techaba” la ruta; ciudades muy cuidadas y gente muy agradable; kilómetros de campos donde pastaban ovejas; lupines a la vera de la ruta; y esa complicidad que sólo te da el compartir el manejo, la charla, la poca comida, el único colchón, la música y los silencios durante tantos kilómetros. Encontrarme con ese hombre que es mi hijo, mi chiquito! con sus proyectos y sus sueños.

 

A nuestro regreso, casi inmediatamente empezó la segunda parte de la travesía, la “aventura”. Mucha gente me preguntaba si no me molestaba viajar sola. Sinceramente, me hubiera encantado tener alguien con quien compartir esta experiencia, pero en esta ocasión, se había dado así, y no fue algo que me pesara.

 


Sydney fue la primera escala. Bella ciudad, prolija, ordenada, limpia. Bellos jardines, la costanera, el mar, el puente, la hacen una hermosa ciudad para caminar y disfrutar. La Ópera, su marca que la distingue, engalana con sus “abanicos” su silueta.

 

De allí a Singapur. Hipermoderna, limpísima, ordenadísima, con un poder adquisitivo muy alto, no en vano es la ciudad más cara del mundo, pero no me transmitió nada a nivel sensorial. Afortunadamente a 10 minutos en subte del centro está Little India, con sus mercados, sus olores, su gente en la calle, sus templos coloridos y sus casas pintadas en amarillos, rojos, verdes estridentes. Allí la ciudad se “vive” en sus calles. Se siente el latido de la gente.

 

De esta hipermodernidad, salté a Bangkok. Nada me preparó para lo que iba a encontrar allí. Esa mezcla de caos de tránsito, motocicletas por doquier, personas con caras tristes, un idioma incomprensible, y una amabilidad infinita. Sus bellos templos, los lugares sagrados, la devoción en el rezo, la espiritualidad a cada paso. Aquí empecé a entender la diferencia entre lo religioso y lo espiritual. Entrar a cada templo, inclinarse con humildad, agradecer y sentir.

 

 

En la antigua Chiang Mai, seguí recorriendo templos, cada uno con una belleza distinta. La gente amable, simpática, generosa, dispuesta siempre para uno se sintiera a gusto. Lo disfruté inmensamente y me quedé con ganas de más.

 

En Kho Phi Phi se siente más el turismo, la invasión, lo comercial. De todos maneras encontré la manera de abstraerme de todo eso. Una vez que uno se sumerge en las aguas cálidas del mar de Andaman, todo lo demás… no existe.

 

Finalmente en Phuket me encuentro con un barrio antiguo muy pintoresco. El tráfico, como en todos lados aquí, es un caos. Circulan millones de motocicletas grandes, pequeñas, a toda velocidad esquivando coches y personas.

 

Dejé Tailandia con ganas de más. Quiero volver, recorrer con más detalle algunos lugares, visitar otros que quedaron pendientes como Chiang Rai, Sokhothai. Ya volveré…

 

 

La última semana en Auckland fue para descansar un poco, aprovechar el tiempo con mi hijo, visitar los alrededores y recorrer la ciudad y su bahía. Es una bella ciudad. Muy cuidada, muy limpia, muy ordenada. El Museo de Arte amerita una visita. El edificio es un perfecto ensamble entre arquitectura moderna y antigua. La Biblioteca pública también es muy bonita. Allí cerca esta Aotera Square, una plaza con cafés, teatro, espacios de arte, muy acogedor.

 

Este viaje sin dudas fue de autoconocimiento. Frente al desafío de viajar tanto tiempo sola me di cuenta que podía hacerlo y además, disfrutarlo plenamente. Conocí otras culturas totalmente distintas a las nuestras, viví experiencias increíbles, me conecté con una espiritualidad que no sabía que tenía y que hoy mantengo, y eso sólo, ya valió todo el recorrido.

 

 

3 comentarios

  1. Cuando leemos en las palabras de otro lo que hubiésemos escrito, explica el motivo por el que nos sentimos cercanos a esa persona. Amiga: con tus fotos, tus relatos, con la expresión sentida de los lugares visitados, siento que viajo con vos. Un abrazo. César

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