Ilhabela: La isla bonita
[vc_row][vc_column][vc_column_text] Tropical the island breeze All the nature wild and free This is where I long to be La isla bonita… Como su nombre lo indica, Ilhabela es una isla, la más grande y la única habitada del archipiélago de São Sebastião, en el litoral norte paulista. queda a 180 km del aeropuerto de Guarulhos, llegar no es difícil, salvo el trecho complicado del Camino da Serra, que te lleva, en los 40 km más electrizantes que vas a vivir en tu vida, con curvas de 90°, contracurvas, selva, precipicios, motoristas que manejan como si fueran Ayrton Sena, muchas veces lluvia torrencial o niebla cerrada y unas cuantas malas palabras, desde los 800 metros de altura del planalto brasileño a la orilla del mar. Una vez en São Sebastião, hay que subir al ferry y hacer los últimos 20 minutos por agua. En promedio, tardamos 12 horas desde que salimos de casa en San Fernando hasta pisar la isla y, salvo el tren, usamos todos los medios de transporte disponibles. ¿Vale la pena semejante viaje? Por supuesto que vale la pena. Ilhabela es un rejunte de morros altos (llegan a más de 1300 metros de altura) cubiertos en un 90% por lo que se conoce como Mata Atlântica (selva impenetrable le diría yo), por lo que la civilización se distribuye a lo largo del canal de Sao Sebastião, que la separa del continente, de unos 35 km, de norte a sur. Una calle, una línea de casas, que apenas se animan a subir los morros, y una seguidilla de playas desde Ponta da Sela en el extremo sur hasta Praia da Jabaquara en el final del camino, al norte. No hay lujos. No existen resorts, ni all inclusive ni hoteles 5 estrellas. Son más bien posadas, con algunos hoteles que no pasan las 4 estrellas. Todos en contacto con la naturaleza, con cascadas naturales que bajan de los morros por los pasillos, muchas piedras gigantes que forman parte de la decoración y algún que otro bicho medio salvaje que te cruzas cuando vas a desayunar, metidos en el medio de la selva, que llega hasta el borde mismo del mar. Se hace un culto a la vida simple y natural, con el respeto por el medio ambiente como lema. Ilhabela tiene un solo defecto. Los borrachudos. Unos mosquitos gordos que, en lugar de picar, muerden. Autóctonos, no existen en el continente y como la isla es una gran reserva natural del estado de São Paulo, no se los combate demasiado. Del lado habitado se soportan. Off en mano, sobre todo a la mañana y a la tardecita, se sobrevive dignamente. Alguna picadura ligas y no vale la pena resistirse mucho. Del otro lado, la cosa se pone más espesa. Imposible pensar en cruzar la mata o llegar a las praias do fora sin ir preparado. Venden en toda la isla un aceite de citronela que te protege, pero solo si te untas cada dos horas. Sin eso, mi humilde recomendación es: no se les ocurra cruzar. Ilhabela, en total, tiene más de 40 playas. Podes elegir hacer lo que te pinte. Si la idea es ir a pasar unos días sin hacer nada más que tumbarte al sol y ver el tiempo pasar, es el lugar indicado. Si la idea es no parar ni un minuto, y no repetir el programa, también es el lugar indicado. Ahí radica la magia de la isla. Todos los días tiene algo distinto para ofrecerte. ¿Tenés ganas de tirarte en una playa a mirar cómo va cambiando el color del mar, del verde intenso de la mañana, al azul profundo del mediodía y al plata brillante de la tarde? Andá a Praia dos Barreiros y tirate bajo alguna de las palmeras. ¿Tenés ganas de hacer surf? Cruzá a Bonete, por mar en un flexiboat o caminando desde la Ponta da Sepituba, 6 horas de trilha por la selva espesa y al llegar, además de con una vista increíble, el mar que entra encajonado entre dos morros, te espera con las mejores olas. ¿Preferís probar el equilibrio haciendo stand up paddle? Pasá por Perequé, ahí aquilan. Y te enseñan, si hace falta. ¿Querés ver cómo es la cultura caiçara, la de los habitantes originarios de la isla? En la Secretaría de Cultura, en pleno Centro da Vila hay exposiciones permanentes de fotografía y trabajos en madera. ¿Tenés ganas de leer debajo de un chapéu do sol y que nadie te hable? Andate a Praia do Pinto, no hay un alma. ¿Querés ver cómo llega la baleira de pescadores con el peixe vermelho que acaban de pescar y te van a cocinar a la chapa para almorzar al mediodía? Andá a la Praia Viana. ¿Querés alucinarte escuchando el sonido de las piedras, sonido con el que los caiçaras advertían al resto de la isla de la llegada de galeones portugueses? Golpeá cualquiera de las piedras de la Praia do Sino. Suenan como campanas. Y son piedras. Una cosa de locos. ¿Estás para tomarte una caipirinha viendo cómo el mar se pone plateado al atardecer? Andate a alguno de los quiosques de Saco da Capela. ¿Te gusta hacer trecking? 7 horas de trilha por la selva espesa te llevan al pico del Morro São Sebastião, con una vista del canal y de la isla que te dejan sin palabras. ¿Querés sentirte Sigourney Weaver en Gorilas en la Niebla? Tomate el jeep que cruza los morros por la Estrada de Castelhanos. Y no dejes de probar la caipira que preparan los caiçaras en la playa. Con cachaça artesanal y hojas de mandarino, te pegas un viaje que mamita querida. ¿Querés bañarte bajo una cascada que cae desde más de 40 metros? Subí a la Cachoeira do Gato. ¿Querés darle la vuelta a la isla por agua? Hay excursiones en unos botes que te sacan a mar abierto y hasta podés llegar a tener golfinhos nadando a la par. ¿Querés dormir en una playa desierta? Hay una