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«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Cabalgar kollas en llamas más allá de Chamaleo. He visto campos de coca brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tinwanacu. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de partir… a Angola.» (Premio para el que pueda explicar qué carajo significa esa oración)

Acá ando ahora, viviendo otras experiencias en Angola. Pero esa será otra historia.

El viaje desde una ciudad pequeña del interior santafesino hasta cualquier destino en el exterior, como siempre, es un parto. Tomarse algo a Rosario, de ahí algo a Buenos Aires, de ahí algo a Ezeiza. Y así.

Como volé por Sky Airline, una aerolínea regional low cost, también hice tres escalas desde Ezeiza a La Paz. Básicamente es un bondi lechero pero arriba te dan un sandwich y bebidas, no muy diferente en el resto.

Salí de Ezeiza, hice escala en Santiago de Chile donde me encontré con un entrañable amigo y tomamos unos cafés, boludeé en el aeropuerto Merino hasta las 7 de la mañana. Otra vez “arriba que nos vamos”, con escalas en Arica, Iquique, y finalmente La Paz. Impresionante el norte chileno: desértico, seco, por lo menos lo que se veía mientras bajábamos y los alrededores del aeropuerto un embole total. Deberían cerrar esas ciudades, mudarlas, o regalárselas a los bolivianos.

También llegando a La Paz se ve el lago Titicaca, grande y hermoso. Si yo fuera el Evo le cambiaría el nombre, no va con la pinta del lago.

Hablando de nombres de mierda, se me ocurrió pensar que éste influye muchísimo en el devenir histórico de pueblos, imperios o ciudades. Me los imagino a los conquistadores españoles, eligiendo atacar de acuerdo a la sonoridad de esos nombres.

Por ejemplo: si vos fueras un Adelantado atacarías a los Tehuelches o a los Diaguitas? Los primeros tienen un nombre con una resonancia viril, la T y la CH prácticamente son golpes, de hecho acabo de escribir esa palabra en la notebook y sonó como en una Olivetti de las viejas!. No revisé el cómic Cabo Savino, pero estoy seguro que es la onomatopeya para un golpe de boleadoras en el marulo de un fortinero. En cambio… Diaguitas… No me extraña que apenas haya rastros de esta tribu, que a causa de ese nombre deben haber sido barridos al toque.

Otros nenes también los AZTECAS…. Aztecas…. El mismo nombre ya impone respeto!.

‐ Capitán, nuestro señor ha dado la orden de atacar la ciudad de Tenochtitlan. El pérfido Moctezuma ya anda con sus gentes cerca de aquí, todos sus Calpullis en pie de batalla. Forman con él las huestes de los señores de Mazatlan, Coatzacoalcos y Tochtlan. Ni que hablar que también están los guerreros Jaguar de Nezahualcoyotl.

‐ Qué es un calpulli? (se ilusiona el capitán).

‐ Son los regimientos de esos guerreros jaguar, águilas, etc.

Y el capitán, que era valiente pero no boludo:

‐Dejaos de joder, mejor ataquemos a los Diaguitas de la fortaleza de Atamisqui.

 

Bien por el capitán, sabia decisión. Esto era un guerrero Jaguar, que debía matar uno de esos bichos para ser admitido en este cuerpo de élite:

“Así que ustedes son los Guerreros Topos? Qué guapos que son, eh?”

De nuevo por si no es claro. Además de los guerreros éstos que peleaban mano a mano con jaguares, los mexicas tenían a los guerreros águilas:

“No sos tan malo sin tu arcabuz ni tu tejido facial. To be or not to be”.

Y acá están los diaguitas, pobres ángeles….

Mujeres diaguitas puteando a sus ancestros por usar ese nombre tan atacable.

 

 

Me fui al carajo, desde el lago Titicaca hasta cualquier lado.

 

La Paz

La Paz, una ciudad muy linda. Me sorprendió lo bien que se veía. Las calles impecables, limpias. Flores en los canteros, orden. Lo único que me resultó exasperante es el sosiego de la gente. Muy amable, con esa rusticidad y paciencia que te da el altiplano, pero demasiado lento todo.

Por suerte fui a un hotel como la gente, que de haber sabido lo que me esperaba en Mayaya hubiera arrasado el minibar y me hubiera pegado un baño de inmersión de 4 horas mínimo. Lamentablemente no fue así.

Después de más de 36 horas de dormir en colectivos y aviones no sabía si me había apunado o simplemente estaba fusilado. De todas maneras no iba a perderme caminar la ciudad, así que me fui hasta la Basílica de San Francisco, en la plaza del mismo nombre. Vi que al lado del templo había un museo abierto, así que me mandé y empecé a recorrer el patio. Es un antiguo convento convertido en centr cultural, nada mejor para visitar La Paz antigua.

 

Luego de un par de fotos, me enteré que lamentablemente el museo no fue socializado por Evo como me imaginé al principio, ya que una chola de gesto adusto me informó que tenía que pagar. Dado que no tenía bolivianos me fui, dejando para otra oportunidad la visita. Caminé por una callecita lateral donde venden artesanías y me metí a un café.

Raro: Sagarnaga es la única calle con pinta “tradicional” que hace juego con la Basílica. Los alrededores parece mayormente arquitectura “moderna” de los ‘70

Al otro día, me vino a buscar Pepone, un personaje de los más interesante. Ingeniero geólogo, trabajó en la minería de diferentes minerales cuando pudo hacerlo, y cuando cambiaban los vientos políticos se dedicaba a otra cosa. Muy buenas anécdotas, como una vez que relevando con un colega en plena selva un yacimiento de asbesto durmieron arriba de unas chapas de amianto, para darse cuenta al otro día que debajo de las chapas había un nido de escorpiones. Un tipo de lo más lúcido, había que llevarle el tranco a través de los caminos barrosos de las explotaciones pese a sus 73 años, y manejando esa ruta infernal de Caranavi a Mayaya con tanta soltura que parecía fácil.

El camino desde La Paz a Mayaya es bastante tortuoso y complicado, pero con unos paisajes impresionantes. Entre Teoponte y Caranavi directamente es una huella entre riscos, ya que están ampliando la Ruta Nacional 26 para permitir la explotación en campos petrolíferos mucho más al norte. Hay que armarse de paciencia y rezarle al conductor.

En La Paz la ruta arranca a 3.800 mts de altura sobre el mar, con un pico de 4.600 msnm cruzando los Andes. De ahí es todo bajada y la traza, moderna y bien señalizada, baja hasta bordear el río Coroico. Este curso de agua corre en mayor parte encajonado entre riscos y es un río muy caudaloso en la época del deshielo. Muy buenas imágenes, en 8 horas cruzás nieves eternas, acantilados y selvas.

A la vuelta no me parecieron tan copados los paisajes, claro que llevaba 8 horas de viaje.

Hablando de recursos naturales y conservación, he visto que los originarios son tan ambiciosos y destructores como el resto. Toda la sarasa ecologista se va a pasear, marchando atrás de la Wiphala, cuando se trata de ganar guita. Los indios lo único que han logrado (y no es poco) es lobby para defender su derecho a arrasar con la selva así como hacen los blancos, matar flora y fauna si es necesario o beneficioso al bolsillo, y llenarse de guita.

Tan fácil como eso. Por eso Greenpeace y todos los que donan sus vueltos en los Carrefour de la patria sepan que están pagando el lobby de la nueva burguesía chola. Así le llaman acá a los indios ricos que han llegado al tope de la escala social en este nuevo Estado Plurinacional de Bolivia.

En el camino me llamó la atención el modo en que aprovechan los faldeos de las sierras para cultivar cáñamo, coca, café o lo que pinte. Estoy hablando de faldeos a un ángulo imposible, sin exagerar he visto plantaciones a no menos de 45° de inclinación. No sé cómo carajo trabajan esos campos, si usan arneses o las cholas fueron seducidas por el Hombre Araña y éste ha dejado cría por acá.

255 km separan a La Paz de Mayaya, una eternidad.

 

Otra imagen impresionante que se ve por la ruta son las casas en la montaña. Están perdidas ahí, colgadas de las faldas de los montes, generalmente cerca de alguno de esos campos oblícuos que mencioné antes. Lo curioso es que Pepone me señaló unos cables que salían de estas casas hasta el costado de la ruta, con unas longitudes de hasta 100 metros de punta a punta. Lo espeluznante no es que la gente cruce en silletas suspendidas de estos cables. Tampoco lo es el hecho de que los cañadones pueden tener hasta 60 metros de altura desde el cable hasta el fondo. Lo terrible es que estos cables en realidad son fucking sogas!!! Si uno es lo suficientemente loco como para vivir como una cabra (o aunque tu viejo sea el mismísimo Hombre Araña), al menos podrías poner un buen cable de acero, un arnés de seguridad, algo. No, nada de eso. Son sogas así nomás, sintéticas o de cáñamo,  que encima están atadas a postes o árboles de lado a lado. No es que hicieron un anclaje de hormigón, con una anilla de 2 pulgadas para atar la soga. Kamikazes.

Hablando de kamikazes: así se les llama a los conductores que hacen el servicio de taxi por estas rutas, entre Caranavi, Mayaya y otras localidades de la zona. Andan casi todos en unos autos Toyota modelo Carib 4×4. Cumplen sus horarios con un empeño rayano en la locura, si tienen que pasar con la rueda a 20 cm del abismo lo hacen. Y como le meten hasta 3 viajes por día de 7 u 8 horas cada uno, todos los años se duerme alguno y terminan él y sus pasajeros haciendo rafting en el fondo del río, pero sin los salvavidas, remos ni signos vitales. Ahora me explico la parsimonia de la gente del altiplano: con haber viajado una vez en estos taxis se pierde toda chispa de vida. Te deja la mirada nietzschiana  de “He viajado por la ruta del Coroico. He mirado dentro del abismo y él me ha mirado a mí”.

Caranavi, la última ciudad digna de ser considerada tal. Ahí comimos un Jochi, que luego me enteré que es la cría del carpincho. Estaba más o menos rico. Después son agrupamientos de casas en franjas de terreno muy estrechas, ubicadas entre la ruta y el abismo que da al río. Acá el camino es puro barro, consolidado precario, y más barro. La empresa que está ensanchando este camino se llama ARBOL, y es un emprendimiento entre empresas de ARgentina y BOLivia.  Iba a ser una corporación italiana la que se asociase a los locales, pero como la empresa se iba a llamar BOLITA a último momento le bajaron el pliego por discriminatoria (Cuac!).

 

Y llegamos a Mayaya.

Y llegamos a Mayaya. Un pueblito perdido en la selva a orillas del río Kaka. Con el auge de la explotación minera este poblado pasó de ser una villa miserable con casas de adobe a ser una villa miserable pero con casas de ladrillo. Todo gira en torno a las minas de oro, desde los comercios hasta los campesinos que hacen agricultura de subsistencia, comerciando sus excedentes en la zona.

Mayaya tiene algunos comercios, una plaza y calles de tierra. No hay internet, sólo la que se puede usar a través de la telefonía celular, hay electricidad la mayoría de las veces y los accesos son complicados. Tiene un puerto con gran movimiento de lanchas. Unas embarcaciones largas de madera con motores fuera de borda. Usan un tronco entero, de unos 12 metros y le calafatean las bordas y cuadernas con madera del mismo tipo. Claro que lo hacen para el orto, porque tenés que ir achicando el agua permanentemente. Las lanchas son el bondi fluvial, como el río es muy caudaloso se tarda el doble de tiempo si vas río arriba. Nos agarró varias veces la noche todavía en el agua. Y no me quiero imaginar lo que es en temporada de lluvias.

-“Cuánto cuesta el kilo de costeleta de cerdo?”

-200 bolivianos la de cerdo normal.

-(….)

-Tenemos también de cerdo de mirada lánguida y dedos estilizados, pero cuesta 600 bolivianos. Se lo lleva con su book de fotos.

 

La minería que se practica acá es casi excluyentemente de oro, en su modalidad de Open Pit o “a cielo abierto”. Nada de andar como topos abriendo galerías bajo tierra, acá es procesar mucho volumen para recuperar los depósitos aluviales que, a lo largo de los siglos, los ríos han ido depositando en “veneros”. Se trabaja sobre las márgenes, el lecho mismo del río con dragas, o mejor aún sobre el paleocanal, esto es, los canales por donde corría el río anteriormente. En el río Kaka el porcentaje de oro es relativamente bajo respecto al Tipuani o al Atén, ríos que están más arriba en la cuenca y más cerca de la vena madre. Allí se encuentran pepitas de hasta varios gramos y en concentraciones mayores. La explotación del Kaka es más reciente, impulsada por el alto precio internacional del oro que hace rentable procesar los yacimientos con porcentajes de 0,2 g/m3.

Pepone contaba cuando en el río Tipuani, trabajando para una cooperativa de mineros, recuperó 15 kg de oro en un turno de noche. A precios actuales son más de USD 700.000. Otra cooperativa alzó 70 kg en un turno, uno de los récords locales de minería a cielo abierto. Y todavía se habla de una pepita de ¡5 kg! encontrada hace años y puesta en un museo en La Paz. Esta pepita desapareció, posiblemente se la comieron los ratones que son tan comunes en museos descuidados.

Una pepita 10.000 veces más chica que la del museo.

 

Dado que el objetivo de mi visita era relevar los procesos por encargo de potenciales inversores la gente del yacimiento montó un show. El primer día se hizo el “alza” del oro, bajo una lluvia muy fuerte que nos mojó por completo. El alza es la recuperación en canaleta del material procesado y lavado. Muy interesantes todos estos procesos, es la parte divertida de la operación minera.

Es contagioso el entusiasmo que despierta esta actividad, todos los trabajadores colaboraron en retirar las barras metálicas y alfombras especiales que se usan para retener las pepitas. Básicamente se va colocando material extraído del terreno donde se separa con agua y gravedad la piedra grande (cantos rodados), y el barro pasa por esta canaleta ajustando el caudal de agua para que fluya perfectamente. Como el oro es de una densidad mayor al limo, aquel se va depositando y es retenido por las barras y alfombras. Al final queda en la canaleta esta mezcla de oro y arena negra (silice, magnetita y otros materiales que no me acuerdo). Tan brillosa, tan fascinante.

Tengo que confesar que ver el oro en origen me despertó un entusiasmo inusual. No diría malsano, ya que no maté a nadie para quedarme con el vil metal, pero sí sentí el impulso de arrasar con toda la naturaleza del lugar, esclavizar pueblos enteros para meterlos a trabajar en mis minas y bañarme en oro. Dije que no era malsano?? Estoy exagerando, pero les aseguro que algo te genera, no sé si es el brillo o toda la carga cultural de la humanidad buscando oro por siglos. Imagínense si a mí, un simple visitante le pasa eso, qué no le va a pasar a un tipo con la ambición y los medios para buscar su oro.

Hablando de ambición, es muy comentado en la zona el proyecto minero que había arrancado el expresidente Sánchez de Losada, quien había planeado traer dragas para trabajar en todo el río. No recuerdo si eran 5 o más dragas, pero lo jugoso era que el tipo, antes de ser presidente y siendo el hombre fuerte de la zona, fue el único boliviano que se bañó en oro de sus concesiones. El muy enfermo se hizo juntar la producción de varios días y lo hizo. Es la clase de tipo que arrasaría con toda la naturaleza del lugar y esclavizaría pueblos enteros para meterlos a trabajar en sus minas.  Es como “Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”, pero en la versión codicioso hijo de puta.

En Mayaya el tema del día fue un accidente donde un kamikaze se desbarrancó de un puente, cayendo 5 metros a un arroyo. El tipo se murió, pero el resto de los pasajeros, salvo algunos golpes, salieron ilesos. Dicen que fue terrible porque viajaba con la hijita, y ésta le preguntaba a los que fueron a ayudar dónde estaba el papá. Tardaron 4 horas en recuperar el cuerpo que estaba aprisionado abajo del agua.

En la mina conviven en barracones los mineros, la mayoría de la zona, aunque hay también de Cochabamba y otras regiones. Rarísimo que también vive en la misma barraca la cocinera que se llama Carmen, tiene 18 años y una hijita de 3 o 4 años que insistía en llamarme “Bortiri” en lugar de Martín. Esta chica, que en nuestro entorno debería estar estudiando y saliendo con amigas, es ya una mujer gastada. Seguramente fue muy linda a sus 14 años para el estándar de la zona. Lo mismo habrá pensado el que le hizo un hijo y después desapareció. En esta zona marginal la precocidad de las chicas es la norma: parir, criar pibe, repeat. Todo antes de los 20 años. Con 25 años y una dieta paupérrima a base de carbohidratos desde la infancia andan pateándose la panza y envejeciendo prematuramente.

Carmen andaba enredada con uno de los mineros, el menor de todos los hombres, hijo de otro trabajador. Hubo quejas porque las actividades nocturnas de la pareja no dejaban dormir al resto. Me imagino que el pendejo debe estar hecho de la misma madera que los conductores de taxi, porque andar haciendo ejercicio de hombría con la única mujer disponible en kilómetros, frente a –literalmente- una decena de hombres solos y curtidos, no es para cualquiera. Ni siquiera les da el mate para rajarse al monte a practicar sus actividades amatorias. Posiblemente el muchacho termine una de estas noches apuñalado o empernado junto con Carmen a manos del resto de los mineros. Digo: comer delante de los pobres sin ser el macho alfa es suicida.

La mina se ubica en tierras de un originario, un tipo que vive de la tierra y tiene chanchos. Hay como 150 bichos paseando por toda la mina, cagando por todos lados. Ahora mismo, mientras escribo esto en el comedor y afuera llueve, hay una lechona que me mira muy atenta. Lamentablemente no tiene la mirada lánguida y sensual de la que promocionan  en la carnicería de Mayaya.

Visitamos también otras concesiones río abajo y a margen izquierda. Bajamos de la lancha y caminamos bajo una llovizna persistente, cálida. Fueron dos kilómetros ida y vuelta en un camino abierto en la selva por las mineras, puro barro arcilloso que se pegaba a los pies. Como el día anterior se me habían empapado los borcegos no tuve mejor idea que ir con unas sandalias Merrel, muy gauchitas. Pero diseñadas para andar en lancha, mojarse los pies y todo eso. No para usar en el barro. Porque hace ventosa y se sueltan los velcros. Un par de tramos los hice descalzo con las sandalias en la mano, pero cortarse las patas lejos de la civilización no es una opción muy atractiva.

En otra oportunidad volviendo de Mayaya visitamos una draga que operan unos vietnamitas, que no entienden un pomo y son tan cerrados como los chinos. Cuando bajamos de la lancha para ver la draga (éramos una banda de 6 u 8 tipos) un par de vietnamitas se vinieron en lancha al toque, supongo que pensaron que íbamos a robar. La cuestión que se les planta el motor en una zona muy correntosa, y la lancha pegó un bandazo contra el borde, un acantilado de piedra de 15 metros de alto. Pegaron fuerte, de milagro no se hundieron. Héctor los boludeó con que no tenían más los ojos achinados del cagazo que se pegaron, pero por supuesto los charlies no entendieron una goma.

Parados sobre la isla artificial de piedra ya procesada por la draga

Otra operación que visitamos es la del misterioso General Ferreyra, uno de esos personajes vinculados al poder que de la nada se hacen ricos. Es el más eficiente de la zona, produce 6 kg de oro al mes. Esto es unos USD 300.000 con costos de operación bastante bajos gracias a la disciplina militar que le impone al personal.

En toda concesión minera se protege por ley a los poceros o carancheros, que son originarios buscavidas que se meten en las concesiones y trabajan las zonas por donde la maquinaria remueve la tierra. Cuando se corre la voz de que una empresa dio con un venero, la zona se llena de carancheros que caminan hasta ahí y se instalan con muy poca cosa a trabajar con su batea, a la par muchas veces de su familia. Entonces se ven camiones enormes y retroexcavadoras esquivando indios con sus baldes y palas. Algunos más sofisticados tienen minidragas, que son como botes de goma a los que les montan una bomba de succión con un grupito electrógeno y una minicanaleta para retener el oro. Van hasta las pozas inundadas y raspan con palas los bordes más prometedores, mientras otro maneja el tubo de succión para ir lavando el material. Algunos inclusive andan con traje de neoprene y antiparras.

todo esto por querer un yate en alguna bahía y estar rodeado de riqueza. Oh, wait…

 

Estando en los inicios de la selva amazónica se ven algunas plantas exóticas para nosotros, acostumbrados al humilde cardo y a la no menos prosaica flor de sapo. He visto una única víbora de las venenosas y una familia de osos meleros, pero tan amargos que no se dejaron sacar fotos (Cuac!). Supo haber yaguareté, osos más grandes, una especie de lince, pero estos animales se van desplazando cuando avanzan las topadoras. Acá los indios no solo no se atan a las topadoras ni se inmolan ante los camiones, sino que le dan al hacha como los mejores. Evidentemente la ecología  se la dejan a la intelectualidad universitaria de las grandes ciudades, ya que prefieren comer no tan salteado.

Como curiosidad entomológica hay unas hormigas que les llaman Chacapilas, las hay rojas y negras pero son de la misma especie. Las rojas laburan, las negras hacen de control de tránsito y viven sin producir.

Las rojas son los contribuyentes y las negras son la clase política.

 

En la región hay gran cantidad de insectos, con nombres raros: buná, chacapila, curumi, siquititi, tujo, wicophara… yo la hago más sencilla: para mí son todos “bichos de mierda”, candidatos al golpe con las Merrel. Poco importa cómo se llama la pulpa jugosa que queda en la suela, el mejor bicho es el bicho muerto.

Al segundo día comenzó el trabajo de concentración y refinado de lo levantado de la canaleta el primer día. Un proceso que lleva unas 6 horas hasta separar el oro de la arena. De ahí se amalgama con mercurio hasta tener una retorta de ese metal que luego se funde a soplete. El paso final es recuperar el mercurio con un destilador. Esto por un lado permite volver a utilizarlo y por otro se cuida el medio ambiente. Claro que los mineros originarios no andan con esas sutilezas y trabajan con el mercurio al aire libre, que al evaporarse va a la atmósfera para luego caer en toda la zona. También en el lavado va directo al agua, algo muy contaminante. En el río Kaka supo haber peces muy grandes, ahora son raros. Y no me refiero a que tienen tres ojos (podría ser!) sino que es raro que se vean. Río abajo está la Reserva Pilón Lajas que es una zona protegida, a tres o cuatro horas de viaje en lancha, donde sí hay animales como los que mencioné antes.

El cooperativismo tiene sus cositas acá: gente con mucha influencia que pertenece a varias cooperativas, algo prohibido por ley. O gente que arma una cooperativa para obtener vastas concesiones y, sin invertir un mango, invitan a empresas para que trabajen en “sus” tierras. Todo muy trucho, argentina-style, baby.

Héctor, el dueño de la concesión, también es un gran personaje. Admirador del Che y la revolución cubana, tiene menos de comunista que yo. Desencantado del movimiento cooperativo se constituyó en concesionario, algo rarísimo en esta zona donde todas son cooperativas.

Antiguo líder de mineros, fue uno de los artífices del desarrollo de la zona. Resulta que durante el último gobierno militar el derecho de explotar el cauce de los ríos se lo habían dado al Ejército boliviano. Cuando se restaura la república Héctor fue a Tribunales argumentando que el Ejército nunca había pagado los derechos de explotación de sus concesiones y por ley éstas caducan, por lo que logró que se las sacaran. En el movimiento pudo quedarse con esos derechos para el tramo de río que cruza sus concesiones en las márgenes, unos 25 km con gran potencial.

Pepone me comentaba que Héctor no era rico, pero su mujer sí. No están separados ni nada. La esposa comercia oro a USA, mediante el recurso de mezclarlo en una aleación con cobre, hacer unas artesanías cualquiera, y mandarlos sin pagar regalías. En USA derriten las máscaras y demás muñecardos artesanales y recuperan orito bueno. Elusión que le dicen…

En su campamento, Héctor tiene una colección de piezas recuperadas en el trabajo del río. Me regaló una hermosa hacha de piedra de no sé cuántos años de antigüedad, por lo cual estoy muy agradecido. Pero lo más fascinante es que, al ser un referente social importante, se le acercan muchos indios que al trabajar la tierra encuentran verdaderos tesoros arqueológicos, principalmente en la zona de Tiwanacu. Hacen eso porque Héctor se las paga y el estado no. Dice que va a hacer un museo para exhibir todo ese material y yo le creo. Yo ya habría armado un mercado negro de artesanías y estaría bañándome en oro como el grosso de Sánchez de Lozada.

Solo vi fotos porque esas piezas las tiene en su casa en La Paz: una máscara de oro, otra de piedra, brazaletes, tiaras, figuras de la cultura aymará representando íconos de la fecundidad y de la vida. Bueno, es un eufemismo para decir que eran representaciones de minas en bolas bien tetonas y caderudas, y muñequitos garchando de todas formas, incluyendo homosexualidad y bestialismo. Hasta un trío habían representado en piedra. Mirá qué chanchitos eran al final los originarios, yo también habría cagado a lanzazos a los conquistadores si venían con sus sacerdotes a prohibirme toda la diversión.

La señalada es mi hachita de piedra. La elegí aunque es más nueva que las otras 3, más gastadas y antiguas.

 

La vida en el campamento minero es dura. La casa de Camabatela en Angola es un all-inclusive a comparación, lo cual no es poco decir. No hay electricidad, salvo un par de horas de generador por las noches. No hay agua caliente, el baño está armado afuera. No hay televisión ni heladera. Sobran mosquitos. No tenía mi roaming habilitado así que tampoco tenía teléfono, ya que dependiendo de las condiciones del clima puede agarrarse señal. La cocinera no tiene interés en aprender a cocinar, ya lo demostró, y la comida es bastante monótona y no muy apetitosa. Posiblemente agarró un catálogo de cerámica erótica indígena en lugar del libro de Narda Lepes, o como se llame la cocinera más popular de Bolivia. Que lo diga el pendejo suicida.

Y hablando de comida… Ya el primer día debería haber sospechado algo cuando en Mayaya compramos las provisiones: un variado de comestibles para toda la semana, pero fuera de toda proporción razonable la bolsa de arroz que cargamos. Pensé que era el arroz para un mes para 12 personas, pero no…. Se ve que era para la semana. La primer noche me sorprendí porque había arroz, creyendo que por error caímos en el campamento de los vietnamitas, pero no era así.

El desayuno es una copia del desayuno angoleño: arroz, viandada frita, huevo frito, banana (frita, obvio) y té frito. Las bananas son el pan. Desayunás y hay bananas fritas. Almorzás y hay bananas fritas. Cenas con bananas. La colación de media mañana puede no incluir bananas fritas, pero seguro hay bananas crudas. Así que tanto en Angola como en Bolivia las bananas están presentes. Y supongo que si hay un infierno y me toca ir ahí, también estará el platito con un par de bananas crocantes y dulzonas.

Después de 4 días volvimos a La Paz, en un camino que por conocido fue más difícil de recorrer. Igualmente fue una experiencia buenísima, no imaginé que iba a ser tan interesante la visita a este rincón selvático y salvaje.

Hotel, ducha y minibar. Salida a Santiago, escala en lo de mis amigos, salto a Ezeiza. Departamento de mi hermano, recital de mi ahijado y algún descanso antes de partir para Angola por 40 días más fuera de casa. Que es otra historia.

 

 

Por Martín.

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