Autor: @matute_btn

#BloggeroQV

Desde otros ojos Garganta del Diablo – Iguazú – Argentina

Los veranos son agobiantes. Todos los presentes usan cualquier pertenencia cual abanico para tratar de combatir la temperatura. Los pañuelos y toallas pasan de mano en mano para secar la transpiración y poder seguir apreciando el paisaje selvático que nos rodea. Yo estoy ahí. Los pasos retumban en las pasarelas de metal combinándose con risas o gritos de sorpresa ante cada salto de agua que ofrece la Selva. Las esquinas se tornan intransitables por momentos, cochecitos con bebés, madres, abuelas, padres, tíos y amigos tratan de pasar pero sin perderse nada. Yo sigo ahí. Desde arriba todo se aprecia mejor. Todos bajan sus miradas hacia los caudalosos ríos donde conviven especies que ninguno de los visitantes se imagina. Yo sigo ahí, observando. Las lanchas y botes del lugar, vehículos cosmopolitas si los hay, hacen rugir sus motores llevando de paseo a personas de distintos puntos del mundo que por unos minutos son salpicados por las poderosas aguas. Vi mil veces esta escena pero la sigo disfrutando. Todos los presentes de manera inexorable se dirigen hacia la estrella del lugar. Los carteles con sus flechas los van guiando respetando las inevitables paradas por algo refrescante. Yo sigo sus pasos, se acerca mi momento. Pasado una última curva y luego una extensa pasarela que desemboca en un gran balcón aparece ella, la Garganta. Es pura fuerza, puro poder. Cientos y cientos de litros de agua que la Selva deja caer en un descontrol ensordecedor. Yo sigo ahí y cada vez más cerca. La bruma nubla la vista y el asombro genera la distracción necesaria. De un salto ágil y rápido arrebato las dos naranjas que venía siguiendo desde hace varios minutos. “¡Mamá se lleva las naranjas!” grita la voz de una nena. La madre simplemente se ríe. El golpe fue un éxito y las naranjas deliciosas. La Garganta del Diablo y la Selva siempre serán los mejores cómplices de un coatí.     Por @matute_btn

Leer más »
#BloggeroQV

Diario de un nativo Villa Gesell – Argentina

Desperté de golpe y sorprendido por los temblores. Me quedé unos momentos quieto para ver si no se trataba de algún sueño malintencionado ya que, al acercarse la Época, las pesadillas suelen atacar a diario como una advertencia. No vaya a ser cosa que no estemos preparados. Al ver que el sueño no era el culpable de las vibraciones, me cambié rápido y ajusté el chaleco. Asegurando el gorro escarlata y con el báculo en la espalda abrí la puerta dejando entrar la luz del sol. La aldea era un caos y sospecho que me había quedado dormido. Por la calle principal corrían varios empujando los carros que cargaban hojas, ramas y troncos con el fin de cubrir entradas y ocultar las ventanas. A diario varios veraneantes sospechaban de nuestra existencia cuando en la oscuridad titilan luces que no pertenecen a sus faroles. Corrí hasta el árbol principal donde ya todos se agolpaban para obtener sus tareas y designaciones. Era costumbre que el Consejo de Antiguos determinara que haría cada uno para sobrellevar sin dificultades la Época marcada por el calor. Aquellos que dominan la magia suelen dirigirse a los caminos para remover la tierra y evitar que nuestros pasos llamen la atención. Los que poseen habilidades para hablar con los árboles se encargan de negociar año tras año la forma de las ramas y la orientación de las hojas. Siempre hay que hacer todo lo posible para que la aldea quede oculta a los ojos bárbaros. Uno de los grupos más reconocidos de la sociedad eran los Mensajeros. Muchos de nosotros ansiábamos crecer para lograr formar parte de esta selecta organización que establece contacto con aldeas vecinas a lo largo de la costa. Intuyo que mi juventud hacía que no tuviera hasta hoy un rol preponderante en los trabajos de Época. Sin embargo, esta vez, uno de los Antiguos me señaló y me pidió algo que me hizo temblar de pies a cabeza. Tenía que dar la señal. Tenía que asegurar el inicio. El Antiguo se acomodó la barba y tocó la punta de mi báculo para darme la orden. Sin dudarlo, salí a toda velocidad rumbo norte. Raíces, piedras, caminos, pasto, arena y médanos pasaban bajo mis pies mientras los árboles aplaudían mi carrera. Cuando el bosque comenzaba a quedar atrás me crucé con los primeros vehículos que ya formaban filas y las risas de los extranjeros se hacían notar. La Época daba claras señales de su inicio pero tenía que llegar al punto de aviso cuanto antes. Una vez que el bosque dejó de dominar el paisaje supe que estaba cerca. La sorpresa fue impactante, el Muelle se metía mar adentro con los pájaros a su alrededor buscando alimento. Fueron segundos de asombro, giré la vista y ahí estaban. Se abrían ahí, primerísimas y solitarias. Había sombrillas. Levanté el báculo al cielo y lo hice girar. El viento se hizo más fuerte, las olas crecieron con su fuerza y la temperatura subió aún más. Tenía que huir con prisa sin dejar de dar un salto rápido sobre un cartel que indica “Villa Gesell”, una costumbre antiquísima. No podía dejar que la emoción de un simple duende arruine la ilusión de toda la Época.   Por @matute_btn

Leer más »
#BloggeroQV

Esperando a Truman. Old Town – Alexandria – USA

Si tuviera que definir este rincón de Virginia en una sola palabra creo que esta sería orden. Si tuviera que definirlo en dos serían orden y ladrillos. Todo parece estar ahí a base de una escuadra y un transportador gigante que no dejaron un milímetro al azar. La mañana de un día cualquiera en el barrio South at Carlyle empieza temprano oliendo el fresco de las primeras horas. Sobre el fondo siempre se hace presente la figura del Washington Masonic National Memorial, una figura tipo faro rodeada de un parque que nada tiene que envidiar a una cancha de golf. Infaltable el café para los primeros pasos del día, casi una extremidad más de los norteamericanos que colman los interminables locales cafeteros cuadra tras cuadra. Para no desentonar, todos ellos por estos pagos, se ubican en locales que respetan los ladrillos y piedras a la vista de absolutamente todos los edificios. Las veredas hacia la estación de subte sorprenden con flores rojas o amarillas. Juro que son reales si ven las fotos aunque cualquiera sospecharía que forman parte de un set de filmación. King Street se asoma al llegar a la estación. La calle principal de este lugar no hace más que aumentar las sospechas; negocios, bares y restaurants sostienen la idea de un pueblito de película. En dirección al río Potomac se va materializando el Old Town, el centro de la ciudad. Los ladrillos eternos se mezclan con vidrieras que tratan de imponer colores creando una mezcla excelente. Otro de los grandes sospechosos es el tránsito. Señales, luces, semáforos y carteles arman un scalextric donde los vehículos son actores fundamentales que respetan de manera extremadamente fiel el guión. Para un peatón acostumbrado al vértigo esto no hace más que sorprender. En dirección al río, hace su aparición el bus turístico de un rojo furioso y aspecto vintage. Dado que va hasta el puerto (final de King Street) es una gran idea para recorrer Old Town. Su precio pone al pobre bus en el primer puesto del listado de sospechas. Es gratis. Al llegar al puerto este no desentona con el resto de la ciudad. Su aspecto de maqueta con los barcos en fila y su pequeño faro forman parte de un paisaje ideal para disfrutar de una mañana. Me siento en uno de los bancos de espaldas al Art Center mientras saboreo mi segundo café. Pienso en los sospechas de la caminata a la vez que observo Washington DC en la otra orilla del Potomac. Quizás no sea Washington y sea una pared, el fin del decorado. Quizás me están mirando, ¿sabrán que sospecho? Nunca lo voy a saber. Sigo con el café, disfruto de la tranquilidad y me resigno a esperar a Truman. Si es que existe, tiene que vivir por acá. Por @matute_btn

Leer más »
#BloggeroQV

“Variaciones para un occidental” Durban – Sudáfrica

Líneas y formas. Colores y vestimenta. Estructuras, arquitectura y materiales. Miradas y ademanes. Todo es puesto en jaque para un estereotipado occidental al pisar tierra zulú. Al salir del aeropuerto, rutas y autopistas se despachan con el mismo orden y prolijidad que en toda Sudáfrica. Entre lomas uno se va sumergiendo en el mundo Durban.   Al llegar, uno se mira constantemente. La ropa, las costumbres y todo lo que creía una obviedad se golpean de lleno contra la realidad salpicada por el Índico. Por momentos uno se siente parecido y encuentra similitudes con un grupo de personas que pasean por ahí pero, al pestañear, se cruzan dos personas con túnicas apuradas por alcanzar el semáforo. El conductor, de rasgos árabes, toca bocina mientras pasa rápidamente. En frente uno ve un grupo de personas esquiva los puestos callejeros atendidos por nativos mientras un hombre alto y con plumas sobre su cabeza pregunta precios. Si toman esta esquina  con su semáforo y lo extrapolan a una ciudad se acercarían a lo asombroso de KwaZulu-Natal, provincia que alberga la ciudad. Cualquier religión se marea al caminar por el centro de la ciudad. La mezquita más grande del hemisferio sur se hace gigante a los ojos pero, lo que más sorprende, es su inmediata cercanía a una iglesia católica. A pocas cuadras un templo hindú no les pierde pisada, nadie debería privarse de la preparación de un casamiento de este tipo. La presencia europea tampoco es extraña si a la historia uno se remite. Un cabildo se enfrenta a la plaza principal y un teatro de arquitectura lejos de ser zulú se asoma por la otra esquina. Un par de monumentos portugueses no permiten olvidar a algún distraído su presencia por aquellos pagos. La gran diva del paseo por la ciudad es la Milla Dorada. De norte a sur bordeando el océano un camino playero repleto de bares, ferias, muelles y puestos callejeros donde los turistas suman variedad a la atractiva mixtura étnica. El opulento norte con sus barrios cerrados, hoteles y shoppings enmarcan los alrededores de los estadios Moses Mabhida y Kings Park. El sur le pone punto final a la milla con uno de los acuarios más impactantes que me tocó ver, uShaka Marine World, seguido del puerto más grande del continente africano. Si tienen la oportunidad de pararse alguna vez y mirar el horizonte desde ese lugar van a verlo repleto de barcos entre la bruma. Hermoso. Como de postal. Cuando el sol cae sobre el mar es inevitable un freno en alguna parada de la Milla. Mirando las variaciones uno no puede evitar hacer crecer su imaginación. Imaginen un lugar donde todo cambia. Imaginen Durban. Por @matute_btn

Leer más »